El calor extremo que se siente en gran parte de las ciudades no es una anomalía, es el nuevo estándar. Los titulares que narran las inundaciones en Europa, incendios incontrolables en el Amazonas y olas de calor que rompen récords son las principales causas de una crisis global que no podemos ignorar. El cambio climático ha dejado de ser una amenaza futura para convertirse en una realidad presente, y sus consecuencias golpean a la humanidad en diferentes frentes.
La furia de la naturaleza se manifiesta de diferentes maneras, todas están interconectadas. En las costas, científicos advierten sobre el aumento del nivel del mar, provocado por el deshielo de los polos, agrava el impacto de los tsunamis. En Norteamérica, aunque los grandes tsunamis no suelen ser tan comunes, la subida de las aguas hace que las costas sean mucho más vulnerables a los eventos sísmicos submarinos, provocando una mayor destrucción y desplazamientos.
La doble amenaza: agua y fuego
Mientras el mar avanza, las lluvias son más fuertes y sus destrozos son incurables. Las inundaciones, exacerbadas por tormentas más intensas y erráticas, se han vuelto una constante en nuestra vida. Los ríos se desbordan, las ciudades se anegan y las infraestructuras colapsan, dejando a comunidades enteras sin hogar. No es casualidad; la atmosfera más caliente cada día retiene humedad, lo que se traduce en precipitaciones extremas.
Pero donde no hay agua, hay fuego. Los incendios forestales, ¿intencionales o no? son la otra cara de esta profunda crisis climática. Las sequías prolongadas, resultado directo del calentamiento global, convierten los bosques en una caja de fósforos. Una crisis eléctrica y una tormenta o la propia negligencia humana, basta para desatar un infierno que consume la vida silvestre, hogares y miles de hectareas de árboles que son el pulmón de nuestro planeta.
La urgencia de preservar y la responsabilidad del Estado
Frente a este panorama, la importancia de preservar los recursos naturales se ha vuelto una necesidad existencial. Los bosques, ríos y los océanos no son solo parte del paisaje; son los sistemas de soporte vital que regulan el climas, nos proporcionan aire limpio, agua dulce y alimentos.
Sin embargo, la responsabilidad no solo debe caer en el ser humano, es vital que el estado asuma un papel importante en el cuidado del ambiente. Se necesitan políticas públicas que regulen la industria, promuevan las energías renovables, protejan las áreas naturales y sanciones a personas y empresas que contaminen. El estado debe ser el garante de un futuro sostenible, liderando la transición hacia una mejor ecología y educando a la población sobre el cuidado del medioambiente.