La política tradicional o la vieja forma de hacer política aferrada a sus rituales, mismos personajes y mismo lenguaje, cada vez es mayor el descontento que vemos en la sociedad. A la hora de votar, al momento de discutir de política y factores externos que siguen en la misma escena de siempre convirtiéndose en un circulo vicioso. Sus discursos, a menudo ensayados y llenos de promesas vacías resuenan en un eco distante que no llegan a las personas civiles que viven el día a día en sus hogares, en el barrio y en el trabajo. Sus debates centrados en sus propios intereses de poder y estrategias que solo afectan su circulo político, parecen ajenos a las preocupaciones reales de la gente; el costo de vida, la falta de oportunidades, la inseguridad y la crisis ambiental.
Para muchos, la clase política se ha convertido en una casta de personas sin sentido que no reflejan lo que tienen que reflejar: la representatividad del pueblo. Peronistas y Kirchneristas peleándose sin fin para ver quien quiere subir, los del PRO y radicales se pelean, se achican y cambian de nombre, los de la izquierda siguen los mismos pasos pero siempre estancados en la forma de hacer política y el actual gobierno hizo todo lo contrario a lo que vino a hacer. Terminar con la casta y están los mismos personajes que estuvieron en el gobierno en la crisis del 2001, entonces ¿a que llamamos casta?. Una mezcla de todo esto es el descontento que tiene la gente con la política tradicional: mismos modelos, mismas personas donde se discuten las persona y no se discuten las formas de trabajar la política. Este sentimiento de distancia alimenta la desconfianza y la apatía, y convierte el acto de votar en un mero trámite o, peor aún, en una fantasía sin sentido. El desencanto es el resultado de un divorcio entre la realidad de la calle y la realidad del poder.
El malestar en distintos sectores
El descontento no es un fenómeno monolítico; se manifiesta de forma distinta en cada sector de la sociedad. Los jóvenes, por ejemplo, se sienten desilusionados ante la falta de futuro. Ven la promesa de progreso a kilómetros y la movilidad social como un espejismo. Sus protestas, espontaneas y horizontales, desafían las estructuras políticas tradicionales y exigen un cambio radical, no solo de nombres sino de sistema.
Por otro lado, la clase trabajadora, aquella que solía ser pilar de partidos políticos se siente abandonada. La precariedad laboral, la inflación y la pérdida de derechos adquiridos han generado una sensación de vulnerabilidad que se traduce en ira y frustración. Sus demandas no son ideológica, son vitales: estabilidad, salarios dignos y seguridad.
Incluso los sectores medios, que en el pasado solían ser un dique de contención para el descontento, ahora expresan su malestar. Ese malestar se atrapa en un descontento general entre la presión económica y la falta de servicios públicos de calidad, su enojo se manifiesta en el rechazo a la corrupción de años y en la búsqueda de alternativas que prometan eficiencia, confianza y transparencia.
El futuro de la política
Si los políticos no se adaptan, corren el riesgo de ser arrollados por una marea de frustración que busca, a toda costa, un nuevo rumbo. La persistente desconexión entre la élite y la gente común no solo profundiza el desencanto, sino que también abre la puerta a nuevos movimientos y liderazgos, a menudo fuera de los canales convencionales. La crónica de nuestros días es la del fin de un ciclo, pero también es la de un nacimiento incierto: una nueva era de incertidumbre, pero también de esperanza para una sociedad que exige ser escuchada y representada de una manera auténtica y real.
La pregunta que me resuena cada vez que escucho a la clase política tradicional si será capaz de reaccionar. ¿Podrá la clase dirigente abandonar sus viejos moldes y escuchar la voz de un país que ya no se conforma con promesas? Y quiere acciones, por encima de las promesas de campaña.
